¿Qué hace falta para subir al Aconcagua? Muchas cosas, y de eso no hay dudas. Si le hiciéramos esa pregunta a cualquiera –y lo hemos hecho–, obtendríamos dos tipos de respuesta. Una antes de la expedición y otra diferente al finalizarla. Una de las respuestas, y quizás la más obvia, sería decir “buen equipo”, y no sería incorrecto, especialmente si tenemos en cuenta que Matthias Zurbriggen, el primer hombre en llegar a su cumbre, tuvo que hacerlo con equipo y ropa que hoy sería considerado como poco menos que imposible de usar. El equipo no sería, por lo menos hoy en día, un problema, ya que, afortunadamente para los amantes de la naturaleza y la montaña, la tecnología de materiales ha avanzado mucho en términos de calidad, eficiencia y peso. Zurbriggen tuvo que cubrir su pecho con diarios y cargar pellones de oveja para protegerse del frío despiadado de la montaña, que es una de las pocas variables que no ha cambiado en casi 130 años desde aquella primera expedición.
Entonces, ¿qué más hace falta para subir? Otra de las posibles respuestas es: tiempo. Una expedición dura, en promedio, entre 16 y 20 días, dependiendo de los diferentes programas, lo cual requiere que dispongamos de, por lo menos, unos veinte días entre vuelos y expedición. El tiempo es importante en un proyecto de estas características, pero aún no hemos llegado a lo que quizás sea lo más importante. No todavía, pero ya estamos cerca.
Estado físico. Por muy obvio que suene y parezca, una excelente condición física es fundamental para concretar exitosamente un proyecto de este tipo o alguno similar. Si no estamos entrenados, es prácticamente imposible llegar a la cumbre, y en el caso de hacerlo, el proceso de ascenso será lo más parecido a una tortura, ya que el esfuerzo al que nos veremos sometidos es bastante extremo. Por supuesto que hay personas con una condición física natural que es superior a la media, y quizás –solo quizás– ellos pueden darse el gusto de preparase menos y aún así llegar, pero nosotros no recomendaríamos esta fórmula jamás. Mientras más preparados estemos físicamente, más chances tenemos de llegar a la cumbre. Entonces ¿el estado físico es fundamental, es la clave? Es fundamental, pero quizás no sea la clave.
Repasemos lo que hasta ahora ya sabemos que hace falta: equipo, tiempo y estado físico. ¿Nada más? Y ahora sí llegamos al nudo de la cuestión. Uno de los elementos intangibles que son necesarios, y probablemente sea el elemento que hace toda la diferencia entre llegar o no a la cumbre, es el estado mental. O sea, estar preparados y mentalizados en llegar más allá de toda duda, ya que hay un momento en la expedición en donde nuestra mente nos va a pedir que bajemos, y la actitud mental puede ser la única diferencia entre poner los dos pies en la cumbre o bajarnos, incluso cuando a nuestro cuerpo le queda resto para llegar y volver a la carpa a disfrutar de un té y celebrar el logro. Y ese “estado mental” también se puede entrenar, aunque generalmente no lo hacemos. Pero aclaremos algo: entrenar y prepararnos para el sacrificio físico no significa de ninguna manera buscar el dolor o llevar nuestro cuerpo hasta el límite de lo insostenible. De ninguna manera estamos sugiriendo que hay que sufrir para llegar, pero lo que sí estamos diciendo, es que subir al Aconcagua es un esfuerzo físico y mental, y que ambos –cuerpo y mente– deberían ser entrenados y preparados. En el Aconcagua –y cualquier otra montaña de condiciones similares– vamos a dormir mal, sentirnos cansados, soportar frio, sentir dolor y, por momentos, el sacrificio nos va a parecer innecesario. Después de todo, con un simple aviso a nuestro guía vamos a tener a nuestra disposición la opción de abandonar la expedición para volver a la ciudad y a todas sus comodidades. Ahí, en ese preciso momento, es necesario entender por qué estamos en donde estamos. Es imperativo recordar que todo ese sacrificio al que nos estamos sometiendo va a valer la pena. Y lo vale. Tenemos que acostumbrarnos a cultivar un estado mental de resistencia, ya que cuando el cuerpo se vea sometido al rigor de la montaña, va a ser nuestra actitud mental la que nos haga llegar a la cumbre. Por otro lado, la línea que separa la fortaleza mental de la irresponsabilidad suele ser bastante difusa, y para eso están los guías, quienes tienen la obligación de evaluar nuestra condición general todo el tiempo para cuidarnos, además de la última palabra a la hora de decidir quién está apto para seguir y quién no, ya que hay personas que confunden la fortaleza mental con la obsesión, y nada bueno ha salido de eso. De hecho, hay grandes tragedias en la montaña que lo prueban, incluso en el Aconcagua.
En definitiva, hay que venir preparado. Completamente preparado. No es simplemente un “trekking de altura”. Es una ascensión más compleja, con todo lo que eso significa, y no por la parte técnica. En el Aconcagua nadie nos va a llevar de la mano a la cumbre, nadie nos va a dar oxígeno para subir –el oxígeno se utiliza sólo en caso de emergencias médicas– y nadie va a colocar una cuerda fija para que nos aferremos al caminar. Es sólo poner un pie atrás del otro, pacientemente y con la férrea convicción de que podemos llegar.
¿Qué hace falta para subir al Aconcagua? Nuestra determinación de cumplir un sueño. Y todo lo demás también.
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